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Columna de opinión de Gustavo Riquelme, coordinador de Fútbol Más en la región del Biobío, publicada en Diario Concepción.
Sentados en el fondo de un pasaje sin veredas, sudados y con los brazos dentro de la polera para generar calor, era el resultado de una tarde entera jugando a la pelota o de aventurarnos en la bicicleta. Ninguno de nosotros quería ir a buscar un polerón a su casa, porque el riesgo de que no nos dejaran volver a salir era demasiado alto. Así eran las noches de verano en el barrio donde crecí.
Hoy, las cosas han cambiado un poco. El pasaje sigue sin veredas, pero ahora está vacío, sin niños y totalmente enrejado. En la última década nuestra población se ha ido encerrando, impulsados por la sensación de inseguridad que ha ido en aumento, prefiriendo la protección del hogar por sobre la vida en comunidad.
Los números lo confirman. La Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) muestra que el 8,1% de los hogares chilenos han sido víctimas de delitos violentos, afectando especialmente a sectores medios y bajos. Un 54,3% de la población cree que la delincuencia ha aumentado en su barrio, mientras que un 87,7% percibe un alza a nivel nacional.
No se puede ignorar la realidad y ante este escenario, cabe preguntarse: como individuos, como comunidad, ¿qué podemos hacer?
A falta de un Chapulín Colorado que nos resuelva el problema con rapidez y humor, el deporte aparece como una solución real y efectiva. Esto lo sabemos muy bien, ya que Fútbol Más trabaja hace más de 17 años fomentando el bienestar de niños, niñas y jóvenes, en barrios y escuelas de 10 regiones del país.
El deporte no solo mejora la salud y el bienestar personal, sino que también fortalece los lazos entre vecinos y vecinas, fomenta la integración y construye comunidades más seguras. Así lo hemos visto en el barrio Lonquimay, de Coronel, donde el año pasado tratamos de incidir tanto en los niños, como en sus familias y vecinos.

Por tal motivo, es que creemos firmemente que el deporte es un puente para la convivencia. Jugar juntos en la cancha, encontrarse en la plaza, compartir la alegría de un gol, son experiencias que generan sentido de pertenencia y confianza. De esta manera, cuando hay comunidad, hay menos espacio para el miedo y la delincuencia.
Recuperar y usar nuestros espacios públicos no es solo una idea bonita, es una estrategia efectiva para la seguridad. Las plazas y canchas deben ser lugares vivos, donde el tombo, la tiña y las pichangas sean parte del paisaje cotidiano. No obstante, para lograrlo se requiere un esfuerzo público-privado coordinado, es decir, vecinos y vecinas comprometidas, autoridades que apoyen y programas deportivos bien diseñados que activen estos espacios.
Para sentirnos seguros nuevamente no basta con más rejas ni patrullas. Necesitamos calles llenas de risas, de niños corriendo y de partidos improvisados. Porque la seguridad no solo se construye con vigilancia, sino también con comunidad y la comunidad se fortalece jugando.
